Graham Greene
El Pecado y la Gracia
Por Ignacio Valente
No debemos hacer mucho caso a las declaraciones que Greene solía emitir en los últimos años de su vida: por ejemplo, cuando se profesaba – con efecto retrospectivo- un “católico agnóstico”: o cuando imputaba su negativa del Premio Nobel a su prosa “directa, clara y sencilla” y al hecho de no escribir “cosas complicadas”. Por una parte, sus ensayos antiguos- sobre todo sus excelentes Ensayos católicos- manifiestan una fe religiosa muy profunda y sincera, de la cual nacieron sus cuatro grandes novelas teologales. Por otra parte, en estas novelas –y sin desmedro de su prosa siempre clara- desarrolló recursos formales tan originales como complejos, ya que no complicados. Desde luego, se merecía bien el Premio. Y quizá lo habría recibido –es una mera hipótesis de trabajo- en caso de haber continuado la línea de sus grandes novelas “católicas” y de no haber descendido a la mera entretención policial.
Del Graham Greene medular – el de aquellas cuatro novelas- se ha dicho que era “Hitchcok más Bernanos”, sentencia tal vez simplificadora, pero que encierra bien la síntesis apasionante de su obra mayor: el mundo del suspenso y del terror policial, con sus intrigas, aventuras y persecuciones, misteriosamente trabado al mundo sobrenatural del pecado y de la gracia; una técnica cinematográfica al servicio de una mirada que escudriña las honduras del alma creyente; conflictos de criminales y sabuesos –o de amores adúlteros- anudados al drama teológico de las fuerzas del Bien y el Mal, de Dios y el demonio en agónica lucha dentro del corazón humano.
No se trata de una mera yuxtaposición de planos y estilos entre novela policial y teología. Son los mismísimos caminos –senderos tortuosos, puertas de escape, itinerarios de persecución- del filme policíaco y de la novela amarilla, roja, negra, los que esporádicamente desembocan en el mundo de las realidades sobrenaturales. Es verdad que ya Chesterton había abierto el camino con sus narraciones del padre Brown usando procedimientos teológicos para dilucidar enigmas policiales. Pero Greene ha ido mucho más lejos en el intento de representar el misterio teológico invisible por el signo visible de un misterio policial. Así ocurre en El poder y la gloria, donde el misterio del “carácter” sacerdotal y sacramental se encarna en un signo terrestre, un correlato policial, la condición del cura perseguido por la revolución mexicana. Así ocurre también en El fin de la aventura con Sarah, tras la cual anda un detective privado para descubrir por cuenta de Bendrix quién es su nuevo amante, [
sáltate esta linea si no haz leído el libro] resultando que ese “tercero” misterioso, por quien ella ha dejado a Bendrix, es… Dios mismo.
Greene se inició con novelas psicológicas de apariencia profunda y de efecto aletargante. Pero muy temprano descubrió su veta propia: la acción vertiginosa, la aventura, el enigma policial o de espionaje, que sin duda cuadran mucho mejor con su temperamento. Desde los años treinta hasta la guerra escribió casi una novela por año. Se trata de aquellas obras que el propio autor ha llamado entertainments, divertimenti, aunque entre ellas se contienen relatos de tanto fondo como El tren de Estambul o Brighton, parque de atracciones, novela de gangsters que ya preanuncia conflictos teologales.
En 1940 se inicia, con El poder y la gloria, su gran ciclo del pecado y la gracia, que comprende también El revés de la trama (1948). El fin de aventura (1951), y, ya en forma vacilante y con un comienzo de duda anidado en su fe católica, Un caso acabado (1961). Pero al margen de cuanto le haya ocurrido después, los conflictos centrales de sus personajes –los dilemas de Scobie, el drama del cura mexicano, las luchas interiores de Sarah, la semicreencia de Querry- son conflictos que sólo tienen sentido en el inconfundible universo de la fe cristiana. Cierto que la pericia psicológica del novelista confiere a personas y situaciones una fuerza dramática y un interés humano, incluso un suspenso cinematográfico, independientes de toda referencia dogmática . y susceptibles de llegar a un público vasto e indiferente; pero era siempre una comprensión mutilada, y disminuida aun en lo psicológico, la que se obtenga de estos personajes más allá –más acá- del mundo sobrenatural del Bien y del Mal.
La novela del pecado y de la gracia es francesa en forma predominante. A Bernanos, Julián Green o Mauriac les bastaba una simple alusión en la primera página para congregar a lo ángeles y demonios en torno a sus personajes. En cambio Graham Greene, descendiente de una tradición nada teologal –Dickens, Henry James, Conrad-, debe desarrollar recursos formales muy distintos para hacer presente lo sobrenatural sobre la faz de esta “tierra baldía” que es la suya. Como dice un personaje clave de El fin de la aventura, Dios es “alguien que surge bruscamente en todas las situaciones como un pariente desconocido que llegara de las antípodas”, mientras que en la novela católica francesa es una Presencia siempre supuesta.
Esta distancia tan visible –con respecto a Mauriac, por ejemplo- tiene visibles consecuencias técnicas y formales. Un Mauriac, narrador sabelotodo, es una especie de Dios que está a la ves dentro y fuera de sus personajes, como se lo reprochaba Sarte con acritud. Pues bien, nada semejante hay en Graham Greene, que nunca quiso ser Dios para sus personajes, y que, merced a una atención casi obsesiva por el problema del punto de vista narrativo, no se hace presente nunca como autor omnisciente; más aún, incluso cuando narra impersonalmente como observador invisible, es siempre uno de os personajes el que está implicado como conciencia en el punto de vista. Este hecho diferencial tiene raíces tanto teológicas como puramente literarias.
En 1967 publiqué yo un libro de ensayos sobre el Greene de las grandes novelas teologales. Desde entonces, la desilusión por el curso posterior del novelista, como creyente y como escritor, me empujó a menudo a la siguiente hipótesis: que Greene pudo crear mientras pudo creer, y con la crisis de su fe religiosa decayó, en lo narrativo, al rango literariamente menor de un W.S. Maugham o de un Morris West, volviendo a los meros
entertainments de su juventud. Publica así obras tan débiles como Los Comediantes, Viajes con mi tía o El capitán y el enemigo.
Hoy no estoy convencido de esa conjetura: literariamente, porque algunas de sus obras tardías son memorables –así El factor humano o El décimo hombre- y teológicamente, porque una fe católica tan sólida como la suya no se pierde fácilmente. En todo caso, sigo creyendo que Greene pasará a la posterioridad por sus cuatro o cinco grandes novelas del pecado y de la gracia, que son también las más complejas y creadoras desde el punto de vista de su eximio arte narrativo y que representan un gran cátolico a la misericordia divina, entonado desde el corazón de las tinieblas.
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Hace un año, o quizás dos, vi la entrevista que hizo Cristian Warnken a Jose Miguel Ibáñez Langlois en el gran programa que transmitían (siguen transmitiéndolo, pero capítulos repetidos) en Canal 13 Cable, llamado La Belleza de Pensar. Ya conocía a Graham Greene, había leído un libro de él en ese entonces, El Tercer Hombre, y Joseph Pearce lo mencionaba en sus libros, por lo que la conversación de ambos intelectuales se volvió más interesante, para mi obviamente, cuando comenzaron a hablar de Greene, y ahí Ibáñez Langlois menciono un libro que había escrito sobre Graham Greene, sobre el pecado y la gracia, en que comentaba las cuatro novelas católicas e Greene, junto con otras cosas. Termino la entrevista y al día siguiente fui a las tiendas de libros a buscarlo, y no lo encontré, fui a las tiendas de libro usados, y no lo encontré, por lo que me amurre y me fui a mi casa. Ahora, hace un par de meses fui a una tienda de libros usados en la calle Von Schroder con la calle Valparaíso en el centro de Viña y encontré varios libros de Greene, entre ellos, El revés de la Trama, Editorial Andrés Bello, único libro que me faltaba leer para terminar las “novelas católicas” de Greene. Para mi sorpresa, luego de la típica biografía algo improvisada al inicio del libro, venia un pequeño ensayo de Ignacio Valente (Ibáñez) sobre el autor. Así que una vez leí el artículo comencé a tipearlo para subirlo aquí, espero que la Editorial no se moleste y que el Padre tampoco.
Espero, principalmente, que te haya gustado y ojalá, servido de algo el ensayo, que personalmente lo encontré bastante interesante, y por sobre todo, acertado.