No es valido el decir que hemos nacido dos mil años muy tarde para darle un cuarto a Cristo. Tampoco lo es el decir que aquellos que viven en los fines del mundo nacieron demasiado tarde. Cristo esta siempre con nosotros, siempre solicitando un cuarto en nuestros corazones.
Pero ahora es con la voz de nuestros contemporáneos con la que Él habla, con los ojos de empleados de tiendas, trabajadores de fabricas, y niños que Él mira fijamente; con las manos de los trabajadores de oficina, habitantes de los barrios bajos, amas de casas suburbanas que Él da. Es con los pies de los soldados y vagabundos que Él camina, y con el corazón de quien esté en necesidad que Él lo lleva hasta un refugio. Y el dar refugio y alimento a quien quiera que lo pida, o lo necesite, es darlo a Cristo
La gente de Samaria (aliens ilegales), despreciados y aislados, estuvieron llenos de alegría al darle a Él hospitalidad, y por días Él camino y comió y durmió entre ellos. Y la más amada de todas las relaciones en la vida de Cristo, después de la relación de Él con Su Madre, es Su relación con Marta, Maria y Lázaro y la continua hospitalidad que Él encontró con ellos.
Si no tuviéramos las propias palabras de Cristo para ello, parecería sumamente lunático el creer que si ofrezco una cama, comida y hospitalidad a algún hombre, mujer o niño, estoy repitiendo el papel de Lázaro, Marta o Maria, y que mi huésped es Cristo. No hay nada para probarlo, a lo mejor. No hay aureolas que estén brillando sobre sus cabezas – o al menos ninguna que los ojos humanos puedan ver. No es probable que yo esté (vouchsafed) ante la visión de Isabel de Hungría, quien puso a un leproso en su cama que después, al ir a atenderlo, no ver el rostro del enfermo leproso, sino el rostro de Cristo.
Hace algún tiempo vi la noticia de la muerte de un sargento que era piloto a quien habían matado en servicio activo. Después de la usual información, un mensaje fue añadido el cual, imagino, debería ser imitado. Decía que cualquiera que haya conocido alguna vez al joven muerto deberá estar siempre seguro de que será bienvenido en la casa de sus padres. Así que, incluso ahora que la guerra terminó, el padre y la madre seguirán acogiendo a extraños por la simple razón de que ellos recordarán a su hijo muerto por los amigos que hizo.
Esto es bastante parecido a la costumbre que existía entre las primeras generaciones de Cristianos, donde la fe era luminosa como un fuego que abrigaba a más personas que aquellas que lo mantenía encendido. En ese entonces, en cada casa se mantenía un cuarto preparado para cualquier desconocido que podría solicitar refugio; era incluso llamado “el cuarto del desconocido;” y esto no era porque estas personas, como los padres del piloto, pensaran que podían encontrar algo de alguien que amaban en la persona que lo utilizaría, no era debido a que el hombre o la mujer a quien daban refugio les recordara a Cristo, sino debido a que--un hecho plano, simple y estupendo--él era Cristo.
Sería insensato pensar que es siempre simple recordar esto. Si todos fueran santos y apuestos, con un "alter Christus" brillando en luces de neón ante ellos, sería fácil ver a Cristo en todos.
Para ver hasta que punto uno se da cuenta de esto, es bueno preguntarse que haría uno, o qué ha hecho, cuando un mendigo pregunta en nuestra casa por comida. ¿Le darías—o le has dado—un antiguo plato de galletas, pensando que fue suficiente? ¿Crees que Marta y María pensaron que el viejo y pequeño plato fue suficientemente bueno para su invitado?
En la vida humana de Cristo, siempre había unos pocos que compensaban la negligencia de la muchedumbre. Los pastores lo hicieron; su apuro de llegar a la cuna enmendaba a la gente que se escapaba de Cristo. Los Reyes Magos lo hicieron; su travesía por el mundo compensó a aquellos que rehusaron mover un dedo apartándose de su rutina para ir hacia Cristo. Las mujeres a los pies de la Cruz también lo hicieron, compensando a la muchedumbre que se mantuvo a un lado despectiva.
Nosotros también podemos hacerlo, exactamente como ellos lo hicieron. Nosotros no nacimos muy tarde. Nosotros lo hacemos viendo a Cristo y sirviendo a Cristo en nuestros amigos y desconocidos, en cualquier persona con la que entremos en contacto.
Todo esto puede ser probado, si la prueba es necesaria, por la doctrina de la Iglesia. Podemos hablar del Cuerpo Místico de Cristo, sobre la viña o los maderos, sobre la Comunión de los Santos. Pero Cristo mismo nos lo ha probado, y nadie tiene que ir más allá de ello. Porque Él dijo que un vaso de agua dado a un mendigo era dado a Él. Él hizo que el eje del cielo se moviera ante la forma en que actuamos hacia Él en su disfraz de humano común, frágil y ordinario.
¿Me diste comida cuando tenía hambre? ¿Me diste bebida cuando tenía sed? ¿Me diste ropa cuando la mía estaba hecha harapos? ¿Viniste a verme cuando me encontraba enfermo, en prisión o en problemas?
Y aquellos que dicen, horrorizados, que no han tenido la oportunidad de realizar cosa semejante, que vivieron dos mil años muy tarde, Él dirá nuevamente lo que ellos tuvieron oportunidad de conocer durante toda su vida, que si estas cosas fueron hechas a alguno de Sus seres entonces fueron hechas a Él.
Para un Cristiano total, la obligación del deber no es requerida--siempre instando a que uno actué realizando esta o aquella obra. No es un deber el ayudar a Cristo, es un privilegio. No es probable que Marta y María se hayan sentado un momento para considerar todo lo que se esperaba de ellas--¿Es probable que la suegra de Pedro haya servido gruñendo la gallina que pretendía guardar hasta el Domingo debido a que pensó que era su “deber”? Lo hizo con gusto; ella habría servido diez pollos si los hubiera tenido.
Si esa es la forma de darle hospitalidad a Cristo, es algo seguro que esa es la forma en que hay que seguir dándola. No por el bien de la humanidad. No porque a lo mejor sea Cristo quien se queda con nosotros, viene a vernos, ocupa nuestro tiempo. No porque estas personas nos recuerden a Cristo, como aquellos soldados y militares producían el recuerdo de su hijo en sus padres, sino porque ellos son Cristo, pidiéndonos que busquemos un cuarto para Él, exactamente como Él lo hizo en la primera Navidad
"Dorothy Day nunca fue una Comunista Católica Romana. Ella fue una Católica Romana “Enciclicista” que aceptaba las encíclicas sociales católicas y atacaba y criticaba fieramente al industrialismo capitalista defendiendo la dignidad y derechos de los trabajadores. [[Meter Maurin]] decía que la meta del Trabajador Católico era “hacer que las encíclicas cobraran vida” Dorothy acepto todas las encíclicas.
Esta de más decir que el Catolicismo es absolutamente incompatible con el Comunismo. Si bien pueden haber puntos en comunes, un católico puede tener simpatias con algunas ideas comunistas, pero no puede ser comunista.
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