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viernes, 14 de agosto de 2009

Los Milagros y la Civilización Moderna por G. K. Chesterton

Los Milagros y la Civilización Moderna

De G. K. Chesterton
Reproducido en The Religious Doubts of Democracy (1904)
y "The Blatchford Controversies" ( en las Obras Completas de G.K. Chesterton, Vol. 1)



Traducido por Constantino Dimitrov


El señor Blatchford resume todo lo esencial de su tesis en tres oraciones. Son oraciones perfectamente honestas y claras. Y no son menos honestas y claras porque las pirmeras dos sean falsas y la tercera, una falacia. Dice lo siguiente: " El cristiano niega los milagros del mohametano. El mohametano niega los milagros del cristiano. El racionalista los niega todos ".


Me refeririré más abajo al error histórico en el que incurren las dos primeras; de momento me centraré en la audaz afirmación que el racioalista niega cualquier tipo de milagro. No los cuestiona. No dice que desconcoce si algo es así o no. No suspende su juicio hasta que sean probados. Simplemente los niega.


Frente a este dogma tan asombroso le pregunté al señor Blatchford por qué pensaba que no existían los milagros. Contestó que el universo es regido por unas leyes. Es una respuesta harto inútil, evidentemente, ya que no podemos decir que hay cosas imposibles porque el mundo se riga por una leyes, salvo que conozcamos esas leyes. ¿ Lo sabe todo el señor Blatchford sobre las leyes del Universo? Y si no lo sabe, ¿ cómo entonces podría llegar a saber siquiera algo de las excepciones?


Porque, evidentemente, el mero hecho de que algo ocurre rara vez, en circunstancias extrañas y sin que dentro de nuestro conocimiento tenga una explicación, no constituye una prueba de que vaya en contra de la ley natural. Podríamos aplicar esta afirmación a los gemelos siameses, a un nuevo cometa, o al elemento químico radium hace tres años.


Es bastante fácil tratar con el caso filosófico contra los milagros, porque no existe un caso filosófico contra los milagros. Hablando en términos racionales, existen cosas como las leyes del Universo. Pero lo único que todo el mundo conoce es que hay repetición en la naturaleza. Todo el mundo sabe que de las calabazas salen calabazas. Lo que nadie sabe es por qué de las calabazas no salen elefantes o girafas.


Hay una y sólo una pregunta filosófica que se puede hacer sobre los milagros que a muchos hábiles racionalistas modernos ni siquiera les cabe apropiadamente en la cabeza. Y es que hasta el jóven más pobre de Oxford en la Edad Media la habría entendido ( Nota: Puesto que la última frase mía puede resultar extraña en nuestra " ilustrada " época, debo decir que bajo el " cruel reinado de la superstición medieval ", los pobres jóvenes de Oxford fueron sometidos a niveles lo más despiadados posibles de educación. Gracias a Dios, hoy vivimos en unos días mejores ).



La pregunta sobre los milagros simplemente es esa: ¿ Se sabe por qué una calabaza sigue siendo una calabaza? Si usted no lo sabe, probablemente tampoco sabrá decir por qué una calabaza se podría convertir o no en un vagón. Y eso es todo.


Todas las demás expresiones científicas que usted tiene la costumbre de emplear en los desayunos son palabras al viento. Usted dice: " Es una ley de la naturaleza que una calabaza siga siendo una calabaza. ". Esto sólo significa que las calabazas normalemente siguen siendo calabazas, lo que es evidente, pero no dice por qué tiene que ser así. Usted dice " Es que la experiencia va contra ello "; y esto únicamente significa " Conozco de cerca muchas calabazas y ninguna de ella se ha convertido en un vagón ".

Había un gran reformador irlandés de esta escuela, posiblemente relacionado al señor Lecky, quien, cuando se le dijo que un testigo le había visto cometer un asesinato dijo que podría traer cien testigos que no le habían visto cometerlo.


Usted dice " Es que el mundo moderno está contra los milagros ". Esto quiere decir que una muchedumbre en London, Birmingam y Chicago en un estado mental parecido al de una calabaza, no puede hacer milagros por fe.


Usted dice " Es que la ciencia está contra los milagros ". Eso sólo significa que las calabazas tienen un comportamiento de calabazas, ya que son calabazas y su comporamiento no se asemeja al comportamiento de un vagón. Cosa que es bastante evidente.


Lo que dice el cristianismo es simplemente eso: que la repetición en la naturaleza tiene su origen en algo que no se parece a una ley, sino a una voluntad. Por supuesto, el estado del Padre Celestial está deducida del estado de un padre terrenal. Absolutamente de la misma manera la ley universal del señor Blatchford es una metáfora de un acta del Parlamento. Pero el cristianismo mantiene que el mundo y su perpetuación vino como resultado de una voluntad, o un Amor, de la misma forma que los niños son engendrados por un padre, y que como resultado de esta voluntad también pueden salir otras y diferentes cosas. En breve, cree que un Dios quien pudo hacer algo tan extraordinario como hacer que las calabazas sigan siendo calabazas es capaz de todo, como dice el profeta Habbakuk. Si usted no cree que sea algo extraordinario que la calabaza siga siendo una calabaza, piénseselo una vez más. Porque es que entonces usted ni siquiera ha visto una calabaza.


El caso histórico contra las calabazas también es bastante sencillo. Consiste en llamar imposibles a los milagros y luego decir que nadie más que un tonto creería en algo imposible: y, finalmente, declarar que no hay una evidencia sensata a favor de lo milagroso. Todo el truco se basa en apoyarse alternativamente en la objeción filosófica e histórica. Si decimos que los milagros son teóricamente posibles, ellos dirán " Si, pero no hay evidencia de que existan ". Y si tomamos todas las evidencias del género humano y les decimos " Aquí tiene su evidencia ", ellos dirán " Pero si esa gente era supersticiosa, creía en cosas imposibles."


La pregunta verdadera es si hay certeza que la pequeña civilización de Oxford Street está en lo cierto y el resto del mundo, equivocado. El señor Blatchford cree que el materialismo del mundo occidental del siglo diecinueve es uno de sus nobles descubrimientos. Yo personalmente creo que es tan aburrido como sus abrigos, tan sucio como sus calles, tan feo como sus pantalones y tan estúpido como su sistema industrial.


Sin embargo, el señor Blatchford ha resumido perfectamente su patética fe en la civilización moderna. Ha escrito una descrpipción muy amena sobre qúe difícil sería persuadir al juez británico de un tribunal de hoy de la verdad de la resurrección. Por supuesto, lleva toda la razón: es absolutamente imposible. Pero lo que quizá no se le ocurre es que posiblemente los cristianos no tengan una reverencia tan extravagante de los jueces británicos como la que siente el señor Blatchford.


Las experiencias que tuvo el mismo Fundador del cristianisno nos han dejado con una vaga duda sobre la infalibiidad de los tribunales británicos. Sé perfectamente que nada podría hacer un juez británico creer que un hombre pueda resucitar de los muertos; pero con la misma certeza sé que nada en el mundo habría convencido a un juez británico que un socialista pudiera ser un hombre de bién. El juez se negaría a creer en unos nuevos milagros espirituales; pero ello no se debería al hecho de ser juez sino al hecho de que, aparte de ello fuera un gentleman inglés, racionalista moderno y un poco de viejo tonto.


El señor Blatchford esta completamente equivocado al afirmar que los cristianos y los musulmanes neieguen sus respectivos milagros. Ninguna religión que se cree la verdadera se perocupa de los milagros de otra religión. Niega sus doctrinas, niega su moral, pero nunca piensa que merece la pena negar sus signos y milagros. ¿ Porqué no? Pues porque la gente siempre creyó que esas cosas son posibles. Porque cualquier gitano errante puede tener poderes mentales. Porque la existencia general del mundo espiritual y de los insólitos poderes de la mente es parte del sentido común de toda la humanidad. Los fariseos no questionaban los milagros de Cristo, sino que decían que eran obra del diablo. Los cristianos no cuestionaban los milagros de Mahoma, sino que decían que eran obras del diablo. El mundo romano no negaba la posibilidad de que Cristo fuera Dios, porque era un mundo con suficientes luces para no negarlo.


Si la iglesia se remite ( especialmente durante el corrupto y escéptico siglo dieciocho ) a los milagros como base para creer, su fallo es evidente. Pero no es eso lo que el señor Blatchford supone. Él no pide que los hombres creyeran en algo tan increíble, sino que pide que los hombres se conviertan a algo tan vulgar.


Lo importante de la religión no es si puede hacer milagros, cosa que está al alcance de cualquier harraposo chamán indio, sino si tiene una filosofía verdadera del Universo. Los romanos no tenían nada en contra de admitir que Cristo fuera un dios. Lo que negaban era que Él fuera El Dios, la verdad más alta de cosmos. Y este es el único punto sobre el que merece la pena tratar con el cristianismo.

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