[...] Ya que la verdad es, que para el moderadamente pobre la casa es el único lugar de libertad. Más bien, es el único lugar de anarquía. Es el único punto sobre la tierra donde un hombre puede alterar las reglas repentinamente, hacer un experimento o complácerse de un capricho. A cualuier otra parte que vaya él debe aceptar las reglas estrictas de la tienda, la posada, el club, o el museo en el cual él resulta entrar. Él puede comer sus comidas en el suelo de su propia casa si le gusta. A menudo lo hago yo mismo; da un sentimiento curioso, infantil, poético, de picnic. Habría un problema considerable si tratara de hacerlo en un salón de té A.B.C. Un hombre puede llevar una bata y pantuflas en su casa; mientras estoy seguro que no permitirían esto en Saboya, aunque yo nunca en realidad he probado el punto. Si usted va a un restaurante debe beber alguno de los vinos que están en la lista de vinos, todos ellos si usted insiste, pero ciertamente alguno de ellos. Pero si usted tiene una casa y cultiva un huerto puede tratar de hacer el té hollyhock o el vino convolvulus si así lo quiere. Para un hombre simple trabajador la casa no es un lugar domesticado en este mundo de aventuras. Es un lugar salvaje en este mundo de tareas y de reglas predispuestas. La casa es el único lugar donde puede poner la alfombra sobre el techo o las tejas en el suelo si quiere. Cuando un hombre pasa cada noche tambaleándose de un bar a otro o del teatro de variedades a otro teatro de variedades, decimos que él vive una vida irregular. Pero no es así; él vive una vida sumamente regular, bajo las embotada, y a menudo opresivas leyes de tales sitios. Algunas veces no tiene permitido siquiera sentarse en los bares; y con frecuencia no le esta permitido cantar en los teatros de variedades. Los hoteles pueden ser definidos como sitios donde te fuerzan a andar vestido; y los teatros pueden ser definidos como sitios donde te prohíben fumar. Un hombre sólo puede hacer un picnic en casa.
Ahora tomo, como había dicho, esta pequeña omnipotencia humana, esta posesión definitiva de una celda o cámara de libertad, como el modelo util de la presente investigación. Si es que le podemos dar a todo hombre Inglés una casa para el o no, al menos deberíamos desearlo; y él lo desea así. Desde el momento que hablamos sobre lo que él quiere, y no de lo que él espera tener. El quiere, por ejemplo, una casa separada, el no quiere una casa pareada. El puede verse forzado en la carrera comercial a compartir un muro con otro hombre. Similarmente el podría verse forzado en una carrera de tres pies a compartir una pierna con otro hombre; pero no es así como se imagina a él mismo en sus sueños de elegancia y libertad. Nuevamente, el no desea un piso. El puede comer y dormir y rezar a Dios en un piso; el puede comer y dormir y rezar a Dios en una estación de trenes. Pero una estación de trenes no es una casa, porque es una casa sobre ruedas. Y un piso no es una casa, porque es una casa sobre zancos. La idea de contacto terrenal y fundacional, así como la idea de separación e independencia, es una parte de su imagen instructivamente humana
Tomo, entonces, ésta institución como una prueba. Así como cada hombre normal desea a una mujer, y niños nacidos de una mujer, cada hombre normal desea una casa de propia para ponerlos en ella. Él no desea simplemente un techo sobre si y una silla debajo de él; él quiere un reino objetivo y visible; un fuego en el cual él puede cocinar el alimento que gusta, una puerta que pueda abrirle a los amigos que él escoja. Este es el apetito normal del hombre; no digo que no hay excepciones. Pueden haber santos encima de la necesidad y filántropos debajo de ella. Opalstein, ahora es un duque, puede haberse acostumbrado a más que eso; y cuando él era un presidiario puede haber haberse acostumbrado a menos. Pero la normalidad de la cosa es enorme. El dar a todos casas ordinarias podría complacerlos a todos; es lo que afirmo sin apologías. Ahora en la Inglaterra moderna (como usted con impaciencia advierte) es muy difícil dar a todos una casa. Así es; yo simplemente establecí el desiderátum; y pido al lector dejarlo soportando allí mientras da vuelta conmigo a una consideración de lo que realmente pasa con las guerras sociales de nuestro tiempo.[...]
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