Graham Greene: Incrédulo Por excelencia
por JOSEPH PEARCE
Graham Greene es quizás el que deja más perplejo de todos los literarios que se han convertido cuyos trabajos animaron el renacimiento Católico literario en el siglo XX. Sus visiones de angustia y culpa, informada y a veces deformada por un profundo sentido de sensibilidad religiosa, hacen de sus novelas, y los personajes que los adornan, tanto fascinantes como inolvidables.
Su ficción atrapa porque lucha cuerpo a cuerpo con la fe y la desilusión sobre una cambiante playa de incertidumbre en una época relativista. Sus atormentados personajes son productos de la propia alma atorturada de Greene, y uno sospecha que él estuvo más confundido que cualquier otro en las contradicciones en el centro de su propia personalidad y, en consecuencia, en el corazón de los personajes que su fertil y fetida imaginación había creado.
Desde su temprana niñez Greene expuso un tedio que de vez en cuando alcanzó el borde de la desesperación. En gran parte este acercamiento triste puede haberse debido a una niñez desgraciada y al tiempo traumática mientras estuvo en la Escuela Berkhhamsted donde su padre era el director. Sus escritos están llenos de las amargas cicatrices de sus días de escuela. En su autobiográfico "A Sort of Life", Greene describió el pánico en su familia después de que finalmente lo habían llevado a la desesperación de tener que escaparse de los horrores de la escuela: "Mi padre encontró la situación más allá de él... Mi hermano sugirió el psicoanálisis como una solución posible, y mi padre - una cosa asombrosa en 1920 - acepto."
Durante seis meses el joven, y sin duda impresionable, Greene vivió en la casa del analista a quien él se había remitido. Este episodio sería descrito por él como "quizás los seis meses más felices de mi vida," pero es posible que las semillas de su casi obsesivo autoanálisis fueran sembradas en este tiempo. Significativamente, él escogió las palabras siguientes del señor Thomas Browne como un epígrafe a su primera novela, "The Man Within" : "Hay otro hombre dentro de mí que está enfadado conmigo."
En años posteriores, la genuina búsqueda de la verdad religiosa en las obras de ficción de Greene a menudo se frustraría por su obsesión con los recesos oscuros de su propia personalidad. Este lado oscuro invariablemente es transportado a todos sus personajes ficticios, de modo que hasta su bondad es trastocada. Greene vio la naturaleza humana como "no blanca y negra" sino "negra y gris," y él se refirió a su necesidad de escribir como "una neurosis... un impulso irresistible para pellizcar el absceso que crece de vez en cuando para sacar con dificultad todo el pus." Una perspectiva tan torturada puede haber producido novelas divertidas, pero no podía producir ningún sentido verdadero de la realidad. Las novelas de Greene eran como monstruos Frankenstein que no eran tanto necesitados de análisis Freudiano sino productos de ello.
La conversión de Greene en 1926, cuando él tenía todavía sólo 21 años de edad, fue descrita en "A Sort of Life", en la cual él contrastó su propio agnosticismo como un estudiante, cuando "a mí la religión no era más profunda que los himnos sentimentales de la capilla de la escuela," con el hecho que su futura esposa era una Católica Romana:
Encontré a la muchacha con la que yo debía casarme después de encontrar una nota de ella en la portería en Balliol que protestaba contra mi inexactitud en escribir, durante el curso de una critica de cine, sobre la "adoración" que los Católicos Romanos daban a la Virgen María, cuando yo debería haber usado el término "hiperdulía". Me intereso el que alguien tomara seriamente estas sutiles distinciones de una increíble teología, y así nos volvimos cercanos.
La muchacha era Vivien Dayrell-Browning, entonces de 20 años de edad, quien, cinco años antes, habían sobresaltado a su familia por ser recibida en la Iglesia Católica. Acerca de la conversión de Greene, Vivien recordó que:
"Él fue convertido mentalmente; lógicamente, le pareció a él... Era todo bastante privado y tranquilo. No pienso que hubiera alguna emoción implicada. "Esto fue corroborado por el mismo Greene cuando él declaró en una entrevista que "mi conversión era en absoluto un asunto emocional. Era puramente intelectual."
Un más detallada, aunque apenas más emocional, descripción del proceso de su conversión fue dada en su autobiografía. "Ahora me vino a la mente... que si yo debía casarme con una Católica yo al menos debería aprender la naturaleza y los límites de las creencia que ella sostenía." Él camino al la "fuliginosa neogótica Catedral" local que "poseyó para mí un cierto poder sombrío porque representó lo inconcebible y lo increíble" y echó una nota solicitando instrucción en una caja de madera para informaciones. Su motivación era una de mórbida curiosidad y tenía precisamente poco que ver con un deseo genuino de conversión. "Yo no tenía ninguna intención de ser recibido en la Iglesia. Para que tal cosa pasara yo tendría que estar convencido de su verdad y no había siguiera una remota posibilidad de ello."
Su primera impresiones del Fr. Trollope, el sacerdote a quien él iría para la instrucción, había reforzado su prejuicio hacia el catolicismo: "A primera vista él era todo lo que más detestaba en mi imagen privada de la Iglesia." Pronto, sin embargo, se vio forzado a modificar su opinión, viniendo a comprender que sus impresiones iniciales del sacerdote eran no sólo erróneas, pero que él "afrontando el desafío de una bondad inexplicable." Desde el principio él había "engañado" al Fr. Trollope al no revelar su motivo irreligioso en la instrucción que busca, tampoco él dijo al sacerdote de su compromiso con una Católica. "Comencé a temer que él desconfiara la autenticidad de mi conversión si resultara que decidiera ser recibido, ya que después de unas semanas de argumento serio "si es que me convirtiera" se hacía menos y menos improbable."
El "si es que" giraba principalmente sobre el primario "si es que" Dios existía. El centro del argumento era el centro sí mismo o, con más precisión, si es que había cualquier centro:
"Mi dificultad primaria era de creer en Dios... Yo creía en Cristo - no creía en Dios. Si yo alguna vez fuera a ser convencido de hasta la remota posibilidad de un poder supremo, omnipotente y omnisciente, comprendí que nada después podría parecer imposible."
Estaba sobre la tierra del ateísmo dogmático que luché y luché con fuerza. Se parecía a una lucha para la supervivencia personal.
La lucha para la supervivencia personal fue perdida y Greene, en la perdición de él mismo, había ganado la fe. Aún el ateo dogmático sólo fue dominado; no fue completamente vencido. Él resurgiría continuamente como el diablo, o al menos como el abogado del diablo, en los momentos murkier de sus novelas.
El crítico literario, J.C. Whitehouse, ha comparado a Greene con Thomas Hardy, correctamente afirmando que la visión sombría de Greene al menos permite una luz más allá de la oscuridad, mientras que Hardy permite solo la oscuridad. Chesterton dijo de Hardy que él era como el ateo del pueblo que incuba al idiota de pueblo. Greene se parece a menudo a un escéptico de autoaborrecimiento que se incuba a él mismo. Como las visiones de lo divino en sus novelas de ficción a menudo se frustraban por las barreras autoerigidas de su propio ego Sólo raras veces el tenue resplandor de la luz de Dios penetra los resquicios de la armadura, entrando como un eje vertical de esperanza para exorcizar la desesperación que se cuece a fuego lento.
Pocos han entendido a Greene mejor que su amigo Malcolmo Muggeridge, que lo describió como "un Jekyll y un Hyde, que no ha tenido éxito en la fundición de los dos lados de él mismo en ninguna clase de armonía." Hay una verdadera profundidad y una percepción en ésta sucinta observación hecha por Muggeridge que en todas las páginas de Psico-charlataneria que han sido escritas sobre el trabajo de Greene por críticos menores. La unión paradójica de catolicismo y escepticismo, encarnada en Greene y su trabajo, había creado un híbrido, un mutante metafísico, tan fascinante como Jekyll y Hyde y quizás igual de fútil. Las resultantes contorsiones y contradicciones tanto de su propia personalidad como la de aquellos personajes que él creó dan la impresión de profundidad; pero la profundidad era a menudo sólo la de agua estancada, percibida como sin fondo porque el fondo no podía ser visto. El genio de Greene estaba arraigado en la genialidad con la cual él enturbió las aguas.
Era tanto apropiado como profético que Greene hubiese tomado el nombre de Santo Tomas el Incrédulo en su recepción en la Iglesia en febrero de 1926. Independientemente de si él era o no, él era siempre un incrédulo por excelencia. Él dudó de otros; él dudó de él mismo; él dudó de Dios. Irónicamente era esta misma duda la que tan a menudo proporcionaba la fuerza creativa para sus obras de ficción. Quizás el secreto de su popularidad duradera está en ser un Tomás que duda en una época de duda. Como tal, el Catolicismo de Greene se hace un enigma, un pedazo de conversación - hasta un truco. Aún si sus novelas deben una deuda para dudarse, su profundidad yace en la duda última sobre la duda. Al final esta última duda sobre la duda mantuvo a Graham Greene agarrado obstinadamente, desesperadamente - y dudosamente - a su fe.
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Traducción or Alfred Capra
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